Percy Jackson y el cáliz de los dioses by Rick Riordan

Percy Jackson y el cáliz de los dioses by Rick Riordan

autor:Rick Riordan [Riordan, Rick]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico, Infantil, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2023-09-26T00:00:00+00:00


CAPÍTULO 18

ANNABETH TODO LO PUEDE CON INFUSIÓN

Me habría gustado que Helisonte se decidiese.

Expulsarme del agua. Arrastrarme al agua. Atacarme con sarcasmo. Había tantas formas interesantes de matarme que no se decidía.

Que quede claro que no soy una persona fácil de ahogar. Pero tener a un dios de un río zarandeándome en el fondo de su gruta, llenándome los agujeros de la nariz y la boca de porquería, es como intentar respirar en medio de una tormenta de arena. Me quedé cegado y desorientado, golpeándome contra las piedras, sin poder concentrarme.

Y eso me cabreó.

Los poderes de los semidioses son extraños. Cuando tenía diez u once años las cosas ocurrían sin más, y no entendía por qué. Las fuentes cobraban vida. Los váteres explotaban. Controlaba el agua de forma instintiva, pero sólo cuando estaba asustado o furioso, como Hulk pero con las tuberías. A medida que me he hecho mayor, he aprendido a dominar mis poderes, más o menos. Ahora puedo hacer que los aspersores de tu jardín exploten a voluntad. (Ofrezco mis servicios para fiestas de cumpleaños. Llámame.)

Sin embargo, a pesar de tener más control sobre él, todavía hay momentos en los que ese poder se me escapa de las manos. Es como si piensas: «Bah, soy demasiado maduro para llorar como un niño», y entonces ves una película sobre un cachorro monísimo que se pierde y te pones a berrear. O si crees que sabes contenerte, pero sacas una mala nota, pillas un berrinche de campeonato y tu monopatín acaba asomando de la pared de tu habitación, atravesando tu póster favorito de Jimi Hendrix. Por supuesto, los ejemplos que he puesto son estrictamente hipotéticos.

El caso es que eso es lo que pasó en el fondo de la charca de Helisonte. Mientras yo era sacudido, volteado y aporreado como la colada en un programa extrafuerte de lavado, mi control se vino abajo. Volvía a ser un niño asustado que gritaba para que el mundo cruel me dejase en paz. Mi ira estalló.

Y también el río. Salió volando por todas partes situándome en la zona cero de la detonación: hecho un ovillo en una burbuja de aire, gritando tan fuerte que me oía a mí mismo por encima del estruendo del torrente. Una parte de mí se había proyectado al exterior… no sólo a la charca, sino a la fuente misma del río, en las profundidades del inframundo o puede que en Yonkers, y la había arrancado de raíz. Millones de toneladas métricas recorrieron con estrépito la cueva, inundaron la charca, batieron los acantilados, desbordaron las orillas del río y es probable que sorprendiesen a un montón de serpientes que se bañaban río abajo.

Finalmente, el agua regresó a mi alrededor y retomó su corriente normal.

Yo estaba temblando, exhausto y asustado ante lo que había hecho. No sé cuánto tardé en volver en mí. ¿Segundos? ¿Minutos? Cuando el cieno se despejó, levanté la vista y tuve un pensamiento claro: «Annabeth». Si la había ahogado sin querer en el Atlántico, no me lo perdonaría nunca.



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